Suena el disparo y me sitúo en los puestos de cabeza. Mantengo el ritmo. En cada zancada siento la textura del terreno, la dureza del asfalto. Una respiración cercana me persigue y detecto la pronación en su mirada.
Comienza a llover, un agua tibia, agradecida. El trazo de mi pisada queda grabado en la moldeable arcilla de la que surgen, burbujas de oxígeno de algún insecto, que intenta llamar la atención para no morir aplastado.
Comprimo el empeine y los músculos extensores hasta conseguir, de nuevo, una pisada regular que soporta bien las vibraciones que emiten las maderas del puente que cruzamos.
Evito algunos restos de dietas disociadas mal asimiladas, y rostros pálidos tendidos de cúbito supino con la mirada desgastada y el ritmo a la deriva.
En el barrio antiguo sorteo los cuerpos que resbalan y dejan codos y rodillas tatuadas o trozos de piel de atleta, hecha fósil, sobre los adoquines milenarios. En la última cuesta tenso con fuerza el pie y marco bien el talón para evitar la onda de choque.
Cuando rompo la cinta, lo primero que hago es mirarlas. Me gustan mis nuevas zapatillas.
NOTA: Relato para la web ENTC (Esta Noche te cuento)
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viernes, 12 de agosto de 2016
lunes, 26 de octubre de 2015
¡Ni muerta haría yo eso, ni muerta!
La de cosas que me he perdido en vida. Me arrepiento cada minuto de mi muerte de todo lo que no llegué a hacer con veinte o con cuarenta. Tantos miedos, tantos qué dirán, qué pensarán de mí, de mi familia.
“Yo ni muerta”, decía cuando se supo que la Loli se había marchado con su novio a la capital. Los dos solos, trabajando juntos, acostándose juntos. Mírala ahora, tapando bocas por el pueblo con billetes de los grandes y un marido que la mima. “Ni muerta”, le dije y nunca llegué a acostarme con el único hombre que verdaderamente amé. O cuando me negué a divorciarme por temor a mi padre y al castigo divino. Ni muerta, se me ocurrió reprocharle algo al cerdo de mi marido cuando cada viernes se perdía en la casa de putas.
Perdí grandes oportunidades de ser la mujer que hubiera querido ser y ahora que imaginaba cumplir mis deseos en la otra vida va la imbécil de mi nuera y convence a mi hijo para que me incinere.
Solo me queda la esperanza de que alguien, alguna vez, me frote tres veces para salir de aquí e intentarlo de nuevo.
“Yo ni muerta”, decía cuando se supo que la Loli se había marchado con su novio a la capital. Los dos solos, trabajando juntos, acostándose juntos. Mírala ahora, tapando bocas por el pueblo con billetes de los grandes y un marido que la mima. “Ni muerta”, le dije y nunca llegué a acostarme con el único hombre que verdaderamente amé. O cuando me negué a divorciarme por temor a mi padre y al castigo divino. Ni muerta, se me ocurrió reprocharle algo al cerdo de mi marido cuando cada viernes se perdía en la casa de putas.
Perdí grandes oportunidades de ser la mujer que hubiera querido ser y ahora que imaginaba cumplir mis deseos en la otra vida va la imbécil de mi nuera y convence a mi hijo para que me incinere.
Solo me queda la esperanza de que alguien, alguna vez, me frote tres veces para salir de aquí e intentarlo de nuevo.
Este mes tocaba epitafios.
domingo, 30 de noviembre de 2014
No todos fueron valientes
Nunca se consideró digno de que alguien lo recordara, ni vivo, ni muerto. Se acostumbró desde niño a esconderse, a caminar pegado a las frías paredes de los orfanatos de su infancia para evitar humillaciones, a transformar su cuerpo en cobijo y retiro del mundo y de los que lo habitaban. Jamás se enfrentaba a nada y se convirtió en un experto de la huida que detectaba el peligro en la distancia del tiempo y del espacio.
Se esforzaba en pasar inadvertido, corría entre la niebla si escuchaba gritos de alguien que pudiera estar en peligro entre los callejones del astillero. Cuando llegó el tiempo de las huelgas salvajes se hacía el herido y se arrinconaba entre las sombras trasatlánticas.
También quiso escapar de su propia vida y consiguió subir al gran barco. La pericia de su cobardía le valió para anticiparse a todos. Entró en el camarote 115 se disfrazó y subió de los primeros a los botes salvavidas donde el marino gritaba “las mujeres y los niños primero”.
Cuando alejados del Titánic que se hundía por la popa, se quitó la peluca en un descuido, las verdaderas mujeres, sin dudarlo, lo arrojaron a la oscuridad del mar.
Se esforzaba en pasar inadvertido, corría entre la niebla si escuchaba gritos de alguien que pudiera estar en peligro entre los callejones del astillero. Cuando llegó el tiempo de las huelgas salvajes se hacía el herido y se arrinconaba entre las sombras trasatlánticas.
También quiso escapar de su propia vida y consiguió subir al gran barco. La pericia de su cobardía le valió para anticiparse a todos. Entró en el camarote 115 se disfrazó y subió de los primeros a los botes salvavidas donde el marino gritaba “las mujeres y los niños primero”.
Cuando alejados del Titánic que se hundía por la popa, se quitó la peluca en un descuido, las verdaderas mujeres, sin dudarlo, lo arrojaron a la oscuridad del mar.
Nota: Relato mensual Noviembre para la web ENTC (Esta noche te cuento).
Lema mensual: "...EN EL CAMAROTE 115 DEL TITANIC..."
Ilustración: Rosa Iglesias: "Los secretos del Titanic"
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